Y sí, la soja es peronista

Economia21 de noviembre de 2025OtrasVocesOtrasVoces
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Mal que les pese a muchos, la soja está ligada a los consumos populares y a la mejora de la calidad de la alimentación de vastos sectores de la población mundial, en la medida que su economía mejora y pueden acceder a incorporar proteína animal a su dieta.

Es que esta noble oleaginosa es la fuente de proteína más económica y efectiva para la producción de carnes y lácteos. Sus propiedades se conocían desde tiempos remotos, pero es a partir de los años 60/70 cuando se dispara su producción y consumo como ingrediente esencial para la producción de carne de vaca, cerdo y pollo.

Cuando vemos qué pasó en los últimos 25 años, el consumo de soja se disparó en los países que crecieron económicamente, sacando millones de personas de la pobreza que empezaron a comer proteínas animales hechas en base a soja y maíz, fundamentalmente.

El mejor ejemplo es China, que importa unas 110 millones de toneladas por año y que procesa para producir harina y aceite junto con las 20 millones más que produce. Vietnam, Indonesia, Filipinas, Malasia, Egipto, son algunos de los países que más han crecido en el consumo de soja en lo que va de este siglo, mientras que las economías más acomodadas, empezando por la Unión Europea, consumen lo mismo.

Y la Argentina estuvo y está en el lugar justo, en el momento justo. Lo vieron en los años 60 un grupo de pioneros que promovieron el cultivo porque en ese momento el problema era la erosión del suelo por el monocultivo del maíz y remarcaban que la soja mejoraba las condiciones del sustrato por su capacidad para fijar el nitrógeno del aire, sin necesidad de aplicar fertilizantes.

En el 73, en el tercer gobierno de Perón, fue el secretario de Agricultura, Horacio Giberti, junto a su subsecretario Armando Palau quienes tomaron la decisión de importar semilla de soja desde los Estados Unidos para darle un empujón a lo que ya se veía venir: el boom de la soja como la fuente de proteína vegetal más eficiente. Y así fue.

El segundo hito se produce en otro gobierno peronista , cuando el secretario de Agricultura Felipe Solá libera el uso de la soja transgénica resistente a glifosato. Junto con la siembra directa –cuyos tempranos promotores también hay que ubicarlos en los 70- colaboró sustancialmente a frenar la erosión del suelo, tanto la hídrica como la eólica que generaban la labranza convencional con sus arados de reja y vertedera y rastras de doble acción que pulverizaban el suelo.

La transformación fue tremenda. Junto a sus agrónomos, los productores se dieron cuenta que con rotación, fertilización y cultivos de cobertura, en un sistema de siembra directa, se lograba un manejo sustentable en lo ambiental y en lo económico.

Así, en el 2015/16, el último año de otro ciclo peronista, esta vez con Néstor y Cristina, se alcanza la mayor producción histórica de soja, con 62 millones de toneladas. Estábamos ahí nomás de Brasil y de los Estados Unidos. Se habían radicado inversiones millonarias con epicentro en Rosario para industrializar el poroto, agregarle valor y generar trabajo, y de ahí hacia aguas arriba generando valor a lo largo de toda la cadena.

¿Cuándo comienza la declinación de la soja? El 10 de diciembre de 2015, con el ex presidente Macri, que decide eliminar las retenciones para todos los cultivos menos para la soja, a la que le deja el 30%. Esto cambió la ecuación económica de los productores, que abandonaron la oleaginosa por el maíz, atraídos por su mejor margen. La promesa de reducirlas gradualmente nunca se concretó y en setiembre de 2018 volvieron las retenciones, pero todavía con 21 puntos en contra de la soja, respecto del maíz.

Y de ahí en más todo siguió igual. Hoy la soja tributa el 26% y el maíz el 9,5%, y sigue habiendo una brecha de 16,5 puntos porcentuales. La producción argentina quedó estancada en 50 millones de toneladas, mientras que en Brasil se proyecta a los 180 millones, no importa si gobierna Lula o Bolsonaro, y en los Estados Unidos en 120, con Biden o con Trump.

Pero acá, los magos de convertir una solución en un problema han hecho un trabajo muy efectivo, generando un sentimiento culposo hacia la soja.

Un cultivo que no necesita aplicar fertilizantes nitrogenados porque gracias a la simbiosis que sus raíces hacen con bacterias, captan y utilizan el nitrógeno del aire. Una maravilla.

Un cultivo del cual podés reservar grano de tu propia producción y sembrarlo al año siguiente, o si preferís comprando semilla nueva, a un valor tres o cuatro veces inferior al del maíz, donde sí o sí tenés que comprar todos los años al tratarse de un híbrido.

Al revés de demonizarla, una propuesta desde el campo nacional y popular debería pensar cómo retomar la senda del crecimiento, focalizando en más transformación, más agregado de valor, más generación de empleo y más generación de divisas, para no perder la oportunidad que el mundo nos brinda.

Muchas veces o casi siempre, la inteligenztia urbana se olvida que hay entre 400 y 500 pymes distribuidas en toda la ruralidad argentina, comprando y moliendo soja, para abastecer con el expeller a tambos, feedlots y granjas cercanas y con el aceite a la industria del biodiesel o las aceiteras para consumo humano.

El último dato: mientras que de la producción de maíz, dos tercios se exportan sin ningún procesamiento industrial, en el caso de la soja ese porcentaje ronda el 10 por ciento. Say no more.